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La sociedad del estrés

A las 6.30 a.m. suena el despertador. Lara se levanta para ducharse, vestirse y desayunar antes de ir al trabajo. Tras 8 horas de jornada laboral, que se han convertido en ocho y media debido a un problema de última hora, sale corriendo porque su autobús pasa por la parada en 3 minutos. Tras 4 trasbordos, llega al gimnasio. Después de una hora y media, Lara va al trote porque tiene que pasarse por el supermercado para poder comprar algo que le sirva de cena. Son las 23.00 p.m. de la noche y se debate entre ver una película en la tele y disfrutar de su tiempo libre, o irse a dormir para poder alcanzar las 7 horas y media de sueño “recomendadas”. Tras decantarse por la segunda opción, se tiende en la cama y, a pesar de lo cansada que está, no es capaz de conciliar el sueño y no para de darle vueltas a todo lo que tiene que hacer mañana.

A las 6.45 a.m. suena el despertador de Pablo. Tiene que vestirse para ir a trabajar, pero también tiene que preparar el desayuno de sus dos hijos pequeños, prepararlos para el colegio, sacar al perro a la calle, sacar del congelador su comida para el medio día y coger su bolsa de equipamiento para el partido de baloncesto que tiene esta tarde. Tras las 8 horas de su jornada laboral, Pablo coge el coche y conduce directamente al polideportivo de su barrio. No pasa por casa porque es tontería, en una hora empieza el partido y su mujer se encarga de llevar a los niños al parque o a las actividades extraescolares. Mientras espera a que lleguen el resto de integrantes del equipo, va hacia la máquina expendedora y compra un par de chocolatinas y una bolsa de patatas fritas para merendar (“quizá no debería comer estas guarrerías, pero con lo poco y deprisa que como me estoy muriendo de hambre”). Después de la derrota, llega a casa (con un gran dolor de cabeza) directo a cenar, darle un beso a sus hijos y hablar un rato con su mujer. Pero ésta ya se va a la cama porque al día siguiente tiene que madrugar mucho. Pablo siempre intenta acostarse temprano pero, entre unas cosas y otras, le dan la 1 de la madrugada y siempre se levanta muy cansado y un poco de mal humor.

El estrés es una reacción natural del cuerpo que encuentra sus orígenes en la adaptación del ser humano a las exigencias del entorno (filogénesis) como pueden ser el reflejo de ataque o la huída. Podemos decir que es un conjunto de reacciones físicas que sirven para que el organismo se prepare para la acción.

Tanto Lara como Pablo presentan cierto grado de estrés en su día a día, a pesar de que ninguna de las tareas que desempeñan son imprescindibles para su supervivencia.

Está claro que hemos definido, a nivel social, determinadas actividades o estilos de vida que ayudan a mejorar nuestra salud como puede ser la práctica regulada de ejercicio, tener una vida activa, comer sano, etc. Pero quizá el hecho de intentar hacerlo todo sin moderación, a la larga nos pase una factura más cara que si no realizáramos ninguna de estas recomendaciones. Y es que tenemos que aprender a gestionar nuestro tiempo y saber hasta dónde podemos llegar.

No les pasa a todos los individuos ya que nuestros rasgos de personalidad tienen mucho que decir acerca de cómo nos tomamos la vida (existen personas más tranquilas, más impacientes, más preocupadas, etc.).

¿Cuáles son los síntomas del estrés? A muy grandes rasgos:

-          Dificultad para relajarse.

-          Falta de energía, dolor de cabeza y tensiones musculares.

-          Insomnio.

-          Nerviosismo y/o mal humor.

-          Olvido y desorganización, incapacidad para concentrarse e inquietud.

Esto son sólo algunos de los síntomas que podemos sufrir tanto a nivel físico como cognitivo. No hay que alarmarse ya que no estamos hablando de padecer un trastorno de estrés grave, sólo hay que estar atentos a las señales que nos envían nuestro cuerpo y mente para saber si nos estamos sometiendo a demasiado.

La solución no es una vida sedentaria, ni mucho menos, sino saber gestionar nuestro tiempo, apoyarnos en la personas que tenemos cerca para repartir las tareas que nos ocupan el día a día y disfrutar de nuestro tiempo de ocio.

Dicho de otra manera: en ambos casos, Pablo y Lara están realizando actividades que son muy necesarias, pero quizá el enfoque incorrecto es el de la distribución del tiempo. Si, por ejemplo, trabajamos 8 horas diarias, tenemos muchas actividades programadas para cada día de la semana y, además, queremos disfrutar del tiempo libre antes de acostarnos, puede que toda la rutina que tendría que ser placentera se convierta en una carga para la propia persona.

Algunos consejos serían:

-          Sé realista a la hora de planificar las actividades de cada día. Es normal que no nos dé tiempo a hacer algunas cosas. El día tiene 24 horas, trabajamos una media de 8 horas, intentamos dormir entre 7 y 8 horas. Haz tú mismo las cuentas.

-          Acuérdate de disfrutar todos los días, aunque sea un pequeño rato, de tu tiempo de ocio solo o con alguien con quien te guste pasar el tiempo. Quizá este punto sea uno de los más importantes para cuidar nuestro estado de ánimo y no perderle las ganas a la vida.

-          No le des vueltas a las cosas cuando te metas en la cama. Es un momento peligroso ya que la mente tiene tiempo libre y de manera incontrolada nos lleva a revivir momentos del día pasado y a pensar sobre los del mañana. Tu mente la controlas tú (así de simple) y, por mucho tiempo que le dediques a darle vueltas a las cosas cuando deberías estar descansando, sólo conseguirás dormir menos tiempo y no conseguirás solucionar nada.

-          Delega en los demás. Si algo no puedes hacerlo solo, pide ayuda a tu pareja, amigos, familiares e incluso compañeros de trabajo.

-          Piensa que la semana tiene 7 días y organiza lo que te gustaría hacer siendo consecuente con las horas que tienes disponibles. Sobrecargarte de tareas nunca puede ser bueno.

-          Duerme de 7 a 8 horas diarias. Sabemos que cada persona tiene un umbral de horas que son las que necesita para descansar. Ahora bien, recuerda que tu cuerpo y tu cerebro necesitan tiempo para recargarse de energía. Ocho horas durmiendo serían ideales, pero si se sale de tus posibilidades, al menos se responsable sobre las horas de descanso que te mereces.

No tenemos que alarmarnos ni asustarnos. La mayoría de personas pueden sufrir alguno de estos síntomas y no por ello padecen una enfermedad; no hay que llevar las cosas al extremo. Hay que tener cuidado cuando sentimos que nuestras responsabilidades nos empiezan a sobrepasar. Debemos cuidar nuestro cuerpo (y todo lo que hay dentro de él), ya que sólo tenemos uno y es el que nos acompañará toda la vida.

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