Está claro que las nuevas tecnologías tienen como objetivo hacernos la vida más fácil, y vaya si lo están consiguiendo. Desde nuestro teléfono móvil podemos hacer la compra, ver el pronóstico del tiempo o planificar nuestras vacaciones.
Además de facilidades para hacer nuestra vida más cómoda, también encontramos diferentes herramientas destinadas al entretenimiento, entre las que podemos destacar las redes sociales.
Dentro de las llamadas redes sociales, existen subcategorías como pueden ser instrumentos para la búsqueda activa de trabajo, plataformas para expresar nuestra opinión, portales para conocer gente, redes para la publicación de instantáneas o herramientas para estar en contacto con amigos/conocidos/familiares.
Seguro que alguna vez has pasado por la terraza de algún bar, por ejemplo, y has observado a un grupo de personas sentadas alrededor de la misma mesa absorbidos por sus teléfonos móviles y sin mediar palabra entre ellos. Esta conducta está siendo normalizada. Ojo, que no tiene nada de malo que estemos en contacto con personas que, por circunstancias de la vida, no podemos tener cerca o verlos tan a menudo como nos gustaría. Pero lo que ya entra en controversia es la manera en que podemos llegar a priorizar el contacto con quien sea a través de un aparto electrónico a pesar de tener un contacto humano real y de calidad tan sólo levantando la cabeza.
Pero ni siquiera es esto lo que más preocupa a día de hoy, sino el marketing de vender vidas “perfectas” que están provocando sufrimiento en las personas reales. Está claro que las comparaciones son inevitables. Muchas veces, valoramos si algo está bien o mal, si es bueno o peor, comparando lo que nos está pasando con lo que sucede en torno a nosotros. Desde que tenemos uso de razón se nos introduce en un especie de red de comparaciones donde un hermano se porta mejor que otro, las notas escolares tienen importancia en comparación unas con otras, los amigos se comparan entre sí y, en el siglo XXI, nosotros mismos nos comparamos con personajes públicos que se esmeran por hacernos ver las 24horas de su “maravillosa” vida.
Estamos siendo bombardeados por ejemplos de personas que, comúnmente, hemos aceptado como modelos de lo que sería tener un cuerpo perfecto, una vida idílica, un estilo impecable y un activismo en contra de las injusticias del mundo. PERO (y este “pero” debe ser en mayúsculas, subrayado y en negrita) a veces no nos paramos a ver la trabajadísima campaña de marketing que hay detrás de todo esto y que tiene como objetivo crearnos necesidades que no son reales y pueden llegar a quebrar a las personas.
No podemos subestimar nuestra capacidad de darnos cuenta de todo esto. Nuestro espíritu crítico y nuestra madurez pueden ayudarnos a ser conscientes de que estas imágenes son construidas y se alejan mucho de la vida real.
Pero ¿qué está pasando con los individuos más jóvenes de nuestra sociedad? No podemos impedir que todo este embrollo llegue a ellos, tarde o temprano, aunque al principio sí que podamos “protegerles”. Como hemos dicho al principio, las tecnologías nos están poniendo las cosas más fáciles y un buen uso de ellas debería tener más ventajas que inconvenientes.
Seguro que alguno de nosotros ha ido al colegio cargado de kilos de libros de texto, cuadernos de diferentes tipos, lápices de colores, rotuladores, blocs de pintura y un maravilloso set de reglas y cartabones, además de la calculadora, el bocadillo y un tetrabrik de zumo. Si somos relativamente jóvenes, habremos tenido la suerte de vivir la revolución de las mochilas con ruedas. Pero dejando de lado lo cómico de nuestro pasado escolar, gracias a las tecnologías de las que ahora gozamos, nuestros pequeños (y no tan pequeños) pueden usar una tableta electrónica para evitar este despliegue de medios. Además, pueden estar localizables gracias a los teléfonos móviles y pueden hacer sus tareas rápidamente gracias a los ordenadores.
Pero ¿qué pasa cuando se sumergen en las redes sociales? En algún momento, también se verán rodeados por este marketing de vidas maravillosas sin que puedan darse cuenta de que todo eso es una simple representación. Si a nosotros mismos nos puede costar asumir que estamos siendo influidos por esa publicidad subliminar, a los más jóvenes más, si cabe.
La solución no debe pasar por prohibir el uso de estas herramientas a partir de cierta edad (claro está), porque tarde o temprano van a tener acceso a ello por otras vías y porque no debemos olvidar que lo prohibido es una tentación. Debemos ayudarles a desarrollar esta consciencia a través de diversos valores y dándoles ejemplo nosotros mismos.
Volviendo al ejemplo de más arriba, después de pasar por la terraza del bar donde los amigos reunidos hacen más caso al contenido de sus teléfonos móviles que a la persona que tienen sentada a un palmo, nos sentamos en un banco del parque por el que estamos paseando y vemos un grupo de adolescentes haciéndose fotos. Transcurridos 15 minutos, el grupo sigue con la misma tarea y esto es preocupante. Después, vemos que cada uno, sin mediar palabra entre ellos, se sumerge en su teléfono móvil.
Este comportamiento no es más que el resultado de la era de superficialidad en la que nos hemos visto envueltos sin saber por qué, donde muchas personas se esfuerzan por aparentar lo que no es sólo con el objetivo de que los demás piensen lo perfectas que son sus vidas.
Nuestra labor debe ser prestar atención y no dejarnos llevar por este torrente, para poder salvar a los que vienen detrás. Para ello, debemos actuar antes de que sea demasiado tarde:
1. Tenemos que transmitir que es más prioritario el contacto humano y directo que a través de un herramienta social.
2. Hay que prestarle atención a las personas que están con nosotros. Si estamos tomando un café con nuestros amigos, eso debe ser más importante que estar navegando por internet. Si no es algo urgente, podemos posponerlo a un momento en que estemos solos y tengamos tiempo libre.
3. El físico de las personas no lo es todo. Debemos preocuparnos por nuestra salud en lo que a una alimentación sana se refiere y a un mínimo de actividad física diaria. Y lo más importante, hacerlo por nosotros y nuestro bienestar, no por el qué dirán los demás.
4. Las cosas físicas y materiales son objetos al alcance de la mayoría y que tarde o temprano se quedarán obsoletos. Démosle más valor a las experiencias y a ciertas sensaciones que nos durarán para siempre.
Porque los jóvenes de hoy son los adultos de mañana, hagamos todos el mayor esfuerzo posible para que los hábitos de nuestra sociedad sean lo más enriquecedores que nos podamos permitir.
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